Belleza de Tebas — Capítulo 5

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Capítulo 5

Princesa, hueles como yo

Los rumores del aroma embriagador de la tercera princesa se extendieron rápidamente por todo el palacio. La sirvienta que la sirvió y la sirvienta de la primera y segunda princesa también testificaron en persona: sus palabras eran creíbles.

—Tu aroma es fuerte. ¿Qué usaste?—dijo una sirvienta.

—¿Olor? Oye, nuestra princesa no tiene nada para eso. Ella es solo... No es ese tipo de persona. Y simplemente no coincidiría con su rostro—dijo otra sirvienta.

Eutostea se convirtió en el tema candente entre los sirvientes.

—Entonces, ¿qué es este aroma? Es la primera vez que lo noto. Es de otro mundo y superior... 

La criada lavó las sábanas de la habitación de la princesa. Pronto, otras sirvientas se acurrucaron juntas e inhalaron el aroma tan excitante. El olor de las sábanas también era más fuerte ¿La princesa derramó un poco sobre las sábanas? Sin embargo, el aroma misterioso hizo que los corazones de las sirvientas revolotearan.

—¿Vais a acostaros allí?—el capitán de la lavandería regañó a las sirvientas y las salpicó con lejía espumosa. —Tenéis una montaña de ropa para lavar! ¡Ponéos en marcha!

Y así, las sirvientas se dispersaron y se dirigieron a sus canastas.

La sirvienta encargada de limpiar la sábana la sumergió sobre la lejía y la pisoteó con los pies, limpiando la suciedad en el proceso. Extrañamente, sin embargo, el aroma en el agua se volvió espeso como una cámara de madera dorada.

—Estoy seguro de que la princesa nos regañaría si supiera la verdad. ¿Qué haremos? —una criada suspiró y murmuró.

La criada que lavaba la sábana perfumada de la cama miró sobre su hombro y preguntó casualmente: —¿Qué?

—Intencionalmente rompiste el pestillo de la ventana. ¿Y si se entera de que somos los culpables? Incluso nos ha ordenado que lo arreglemos esta mañana, pero no lo hice.
—La princesa, ha estado interesada en ese cierre de la ventana desde entonces.
—Cierto…

La criada tímida estaba inquieta. —Fue el rey quien me ordenó sacar el pestillo de la ventana en primer lugar. Era su orden y solo la seguí. Supongo que fue por la seguridad de las princesas.
—Así que eso es. Pero, ¿por qué necesitamos mantener a las princesas encerradas... Por qué... 
—Shh. Cuida tú lenguaje, Clara.

Y así fue eso.
Su conversación terminó.

Las sirvientas secaron la ropa al sol mientras las tres princesas pasaban el tiempo en sus respectivas actividades de ocio.

***

La cena llegó rápidamente.

Eutostea se apoyó contra la ventana de su habitación y suspiró. Le había pedido a los criados que arreglaran el pestillo de la ventana, pero el reparador tuvo que retirarse pronto. Se le asignó la tarea de trabajar fuera del palacio.

—Tengo que asegurarme de que la ventana esté cerrada—pensó con los dientes apretados. "Él vendrá otra vez hoy."

La noche llegó rápidamente.

El corazón de Eutostea latía erráticamente y se fue a la cama temprano, asegurándose de que todas las luces estuvieran encendidas. Ella escuchó que los dioses eran reacios a revelarse a los humanos. Ayer solo había una luz, la luna. Con solo la luz de la luna presente, Eutostea no estaba segura de si la persona era un hombre o un dios.

Entonces, ella necesitaba ser cautelosa. Con las luces encendidas, se sintió más a gusto.

Además, ella no quería tener nada que ver con los dioses. Son peligrosos. La pasada intervención de los dioses siempre terminaba en un desastre trágico.

Fuera de la ventana, los sonidos de los pasos de los guardias resonaron.

Eutostea se mordió el labio. La seguridad, no eran confiable. Pensó en pedirle a su padre que los entrenara más temprano por la mañana. Si tan solo estuviera debidamente protegida...

Pero, para su consternación, apareció un siniestro presentimiento.

Una ráfaga de viento apagó todas las lámparas encendidas.

—Qué…

Eutostea se puso de pie de un salto cuando la realidad del momento presente se superpuso con los recuerdos de la noche anterior.

Era un hombre, su sombra una belleza fluorescente contra la luz de la luna.

Se deslizó en la habitación con gesto elegante y se convirtió en uno con la oscuridad.

Las piernas de Eutostea temblaron.

Paso a paso, el hombre caminó hacia ella, sin previo aviso, sin dudarlo. Aunque llevaba el caparazón de un humano, su presencia divina era evidente...

—Princesa de Tebas, nos volvemos a ver.—la dulce voz resonó en su oído, demostrando que la acción de la noche anterior no era un sueño. 

Eutostea sintió un toque eléctrico en su espalda.

—Hueles a mí. Me alegro.—el hombre se echó a reír.

Y así fue como por culpa de este dios ella había tenido problemas innecesarios.


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